Itinerarios en la penumbra (2003) recoge la obra poética de un autor que pasa ya de los cuarenta. Se trata de una selección de lo que el tiempo y los criterios poéticos no han llevado a la hoguera y el poeta ha considerado que merecía la pena salvar. Se divide el libro en cuatro secciones, formadas por quince poesías cada una, y un epílogo: I. Itinerario amoroso: son poemas de amor, de convivencia y desamparo. II. Itinerario por la memoria y el devenir: el poeta se mueve por un pasado y un futuro fuertemente melancólicos. III. Itinerarios por senderos del arte: aparecen poesías dedicadas a pintores (Pedro Cano, Párraga, Artigas, Velázquez…) y a la propia escritura (“Poema, soplo del aire”). IV. Itinerarios urbanos: esta sección está formada principalmente por ciudades italianas que el poeta recorre con calma y que sucesivamente se sigue acrecentado para formar el libro siempre inacabado “Cuando la piedra habla”. También hay lugar para ciudades contaminadas como Chernobil, o bombardeadas (éstas dos pasarán al libro Volveré a donde estaba por ser de contenido social y cívico). El viaje para alcanzarlas también tiene sus composiciones. Acaba con un canto de optimismo que no deja de ser la máxima vital del poeta: “¡Y la vida, plena y viva! Y tengo, / instintivamente, sin reflexiones, / de que mereció la pena haber vivido / la certeza.”

Algunos poemas de «Itinerarios en la penunbra»

Enfermedad

  • Se dejaba ver el rostro amado en la penumbra,

    un sosiego profundo descansaba en sus ojos

    al tiempo que yo la miraba sentado en una silla.

    A lo lejos, una música cálida.

    Las rosas se marchitaban,

    desprendían un aroma sencillo

    que recorría el cuarto ahogando

    el sabor amargo de un cigarro.

    Ella ni veía ni oía nada, dormía

    abatida por la enfermedad,

    y yo contemplaba en su rostro

    mi futura existencia.

                          Fue entonces

    cuando robé el onírico instante

    para guardarlo en la deliciosa arca

    donde poder contemplarlo.

    Un sonido incansable acaricia mis sienes,

    y contemplo ensimismado ese sueño

    tan perfecto y frágil, tan amado.

Muchacha solitaria

  • A medida que las nubes cubren el cielo

    el día lanza quejidos

    que el viento arrastra.

    Caminando descalza

    busca el recuerdo

    y sus pies en la arena

    se bañan de ocultas aguas.

    La melodía marina la acaricia

    mientras deja pisadas solitarias

    que el mar besa.

    La brisa aparta de su rostro

    los cabellos que impiden a sus ojos

    contemplar el corazón en el horizonte.

    Y el pasado, huellas en la playa,

    se desvanece…

    La mar, desnuda compañera en soledad,

    se confía a las gaviotas

    que anidan en sus ojos.

La mar cabía en la herida

  • Porque caminé sobre arrecifes negros

    se me han endurecido los pies.

    Andar, tropezar con las algas, caer

    y clavar rodilla en tierra;

    hasta sentir el dolor

    que sube por las piernas y acaba

    en un rostro fruncido

    y unas manos crispadas.

    Y mientras, tú, por la playa

    venías sobre una alfombra de conchas de colores.

                                           Tu cuerpo

    en el agua monótona se hundía

    para surgir a cada paso.

    Me miraste desde tu puesto de vigía,

    querías seguirme, andar sobre peñascos

    entre bostezos de mar.

                           Para nacer en ti,

    el alba despertó desde la oscuridad:

    tus frágiles y delicados pies

    no podían recorrer los arrecifes.

    Día tras día, noche tras noche,

    hasta que las gaviotas me trajeron

    tu nombre envuelto en sus picos.

    Toda la mar cabía en la herida

    y desaparecí de miradas indiscretas.

Mujer pirata

  • Mientras bebo, ella se aleja en su nave corsaria,

    y sus ojos chispeantes se enrojecen y centellean.

    Huye a trompicones de silencio

    en un mar tan cercano

    que sus labios se impregnan de sal.

    ¿Preguntarle dónde va? Una locura;

    las velas se ocultan en sus cabellos

    y la ligera fluidez de sus pies

    la transporta a un mundo prohibido.

    Quién fuera pirata, quién pudiera

    abordarla con la fuerza primitiva

    y brutal de un brazo que huele a mar;

    sólo así conseguiría que los viejos buques,

    repletos de aventureros y corsarios,

    estallasen de júbilo y ron.

    … Y si miro las estelas de espuma,

    pienso en aquello que se sumerge

    para ser guardado junto a los tesoros

    que el mar posee.

Esperándote

  • En la soledad espesa

    de un lecho compartido

    te encontrarás sola,

    en el vasto desierto

    de lágrimas secas.

    A orillas de la melancolía

    mirarás los guijarros

    que configuran la ausencia.

    Y precisamente en ese momento

    sabrás que existo.

                               

    Si no me encuentras en seguida

                                no te desanimes;

                                si no estoy en aquel sitio,

                                búscame en otro,

                                Te espero…,

                                en algún sitio estoy esperándote

    Walt Whitman (trad.León Felipe)

Mecedora de recuerdos

  • La vida muestra su curso

    en la penumbra del recuerdo,

    y al tiempo que una bombilla

    orienta con luz amarillenta,

    yo acaricio el pasado.

    Desasosegado el pensamiento

    y apacible el cuerpo tendido

    en la mecedora de mimbre,

    borrosas imágenes queridas

    me traen a la memoria

    instantes de otra vida

    inmarcesible.

Atardecer en la playa

  • Coloridos triángulos de cristal

    brillan sobre el mar atardecido,

    en él su piel morena rompe

    antiquísimos espejismos

    de muchachos y muchachas orientales

    bajo fuentes sagradas.

    Y la silueta a contraluz

    abrazada por esa bola incandescente.

Sabrás dónde encontrarme

  • Si en la vejez perdiese la consciencia

    mis ojos brillantes buscarían el mar.

    Tierra adentro vería deslizarse

    triángulos blancos sobre el azul.

                           Sal y salitre.

    Absorto habréis de encontrarme

    frente al mar, frente al mar.

A un pintor adormecido

  • A Jose María Párraga, en la noche de san Antón

    Por mis pupilas

    suya vuela una paloma

    azul, azul, azul

    el carnoso labio,

    el toro altivo.

    A su sombra veo niños

    que son él, y en ellos duerme.

    Los miro con estos ojos

    por su ausencia adolorados.

    De san Antón, fiesta y hoguera,

    esta noche trae la luz

    perenne de su sonrisa.

Las mentiras pasean por el espacio en blanco de un poema

  •    ¿Qué miran las Meninas

    fuera del cuadro?

    Quizá prolongarse.

       También el poeta

    arroja preguntas

    para ver crecer su texto

    con líneas en blanco

    llenas de respuestas

    invisibles.

       ¿Qué leen las Meninas

    en los versos atrapadas

    por el etéreo espacio del óleo?

El viejo lector

  •      A Juan Moreno, el tío Juan

     

    Heredada vitrina rebosante

    de delgadas copas transparentes

    de cristal tallado, aparador

    que esconde tras sus cristales

    la fina vajilla guardada

    para las fiestas de solemnidad.

    Así te recuerdo: inmenso

    y frágil ante el golpe.

    Tus noventa y nueve años reposan

    en el laberinto de grietas profundas

    que recorren tu frente. Mueren

    los surcos en tu lisa cabeza

    de algunos cabellos blancos.

    En tu boca medio cigarrillo

    sin boquilla sostiene en equilibrio

    la ceniza del tabaco ya fumado.

    Hablamos de Horacio, Dante, Virgilio,

    nos deslizábamos por el paraíso perdido

    mientras recitabas con cariño las frases

    que en el latín de nuestros maestros

    todavía recordabas con placer.

    Yo marcho lejos a aprehender

    la historia vital que ya conoces,

    pero siempre llevaré conmigo

    tu figura familiar:

    con la lupa y las gafas en la mano,

    sobre la mesa cubierta de ceniza

                                     un libro.