Escarcha sobre la lápida (2007) es un libro centrado en el tema de la muerte. Si la poesía ha utilizado palabras para herir como espada, lanza, hoy el poeta prefiere utilizar cáncer, carcinoma… auténticas armas que nos despojan de los seres queridos. El vacío, tras la lucha contra la enfermedad, expresa el hueco que deja no sólo en el corazón sino en los espacios que fueron compartidos.

Algunos poemas de «escarcha sobre la lápida»

Perseidas sobre la lápida

  • Melancólica mirada

    a la bóveda celeste

    traspasada por Perseidas

    en noche de San Lorenzo;

    una luna casi llena

    las ensombrece envidiosa:

    como granos de arroz cursan

    engrandecidos espacios;

    son lágrimas siderales

                                      convertidas en escarcha

    sobre la lápida fría

    del cálido cuerpo ausente.

    Llueven estrellas fugaces,

    restos de veloz cometa

    en la atmósfera se estrellan

    para dejar leve trazo

    de  partículas lacrimales

                                         sobre el camposanto alado.

    Estático el mar sin olas,

    dorado por esa luna

    en la noche apaciguada,

    sin brisas, de palmas quietas;

    espejo de mi memoria

    el puente sobre las olas.

Ausencias afectivas

  • Se llena mi interior

    de ausencias afectivas,

    de muertos añorados:

    deshabitados pobladores.

    Me ahoga la congoja:

    recuerdos y lágrimas

    provocan desazón

    de niño abandonado.

    Huérfano de ti, más blancas

    son hoy las canas;

    de la retina de mis ojos

    te llevaste el resplandor.

Primera desilusión

  • Rueda, rueda el globo

    en un rincón de la plaza

    bajo la torre alzada;

    un remolino engulle

    bolsas de plástico, papeles,

    el globo que la mano

    de un infante atónito

    ha dejado escapar.

    Mira el niño volar

    su ilusión coloreada

    y quizá tenga en ella

    su primera herida.

    Sube hasta el balcón,

    sobrepasa las tejas

    y busca una nube

    donde posarse;

    sube alto, alto

    el globo en el espacio.

    Cuántos sueños hinchados

    has perdido en estos años

    de globos multicolores,

    de rotas quimeras

    que huyen entre dedos

     huesudos ya, adultos.

En el laberinto de la Enfermedad

  • (a un enfermo de Alzheimer)

     

       Las arrugadas manos

    estiras quejoso

    para coger el libro

    del estante empolvado,

    demasiado alto ahora

    para la edad ajada.

       El pensamiento pleno

    que tantos bellos nombres

    aglutinó en racimo

    de poemas enramados

    recordar no consigue

    el rostro de mi sangre:

       Acaricia mis sienes:

    “¿Sabes quién soy, papá?”

    Cuántos acompañantes

    en tan largo camino

    han dejado el sendero

    de golpe, a tiempo.

       Me consumo en mí mismo

    sin saber ya quién soy,

    sin distinguir apenas

    al ser que me acaricia,

    ni responder a la sonrisa:

    desconozco su rostro.

     

       Ven dulce buena muerte

    en el fondo de un vaso

    transparente que guarda

    la eternidad junto a ella:

    la que vi y acaricié

    cuando ojos y tacto,

    mente y sentimiento,

    iban juntos y eran uno.

     

       Entonces yo era yo

    y ella, y ellos,

    también lo eran,

    no sombras perdidas

    en el gris brumoso

    de un largo pasillo.

       Ven buena y seca muerte

    en el fondo de un vaso

    de brillante cristal,

    en la terraza soleada

    junto a olas que rompen

    la espuma y mi mente.

Siluetas sobre pareces vacías

  •   Un espejo heredado guarda la imagen de

                                  todos los rostros que a él se asomaron, y

                                  aguarda, paciente, la posesión del nuestro

                                                                           Dionisia García

    Envuelven el cuerpo

    en blanca mortaja,

    un fardo sacan

    del que fue su hogar.

    Pasan los días,

    miras los cajones

    llenos de prospectos,

    recortes de periódicos,

    alguna carta de amor:

    intimidad al descubierto.

    Vaciados

    los compartimentos

    más recónditos,

    los muebles

    emprenden el vuelo.

    Cuadros y espejos

    inician viaje;

    dejan su silueta

    grabada en el aire

    de una habitación

    geométricamente

    hueca en su espacio.

    Superficie rectangular,

    área desmantelada,

    ausentes los objetos,

    paredes desnudas,

    suelo liberado

    colector de recuerdos

    vuela hasta mis sienes

    entre estantes sin libros

    y el gancho desnudo

    de la sombra de una lámpara

    que cuelga en otro espacio

    menos desolado.

    Mete por última vez

    llave en la cerradura,

    cierra la puerta,

    dale tres vueltas al cerrojo

    y deja atrás el fardo,

    la ausencia, la lágrima

    y los armarios vacíos

    habitados por fantasmas.

Donante

  • Donó su blanca sangre

    para que una mujer

    entubada a una máquina

    cancelase de su hijo

    esa expresión de muerte.

    Donó su verde sangre,

    a través de un hilillo

    de vida acumulada,

    esperando la acoja

    un ser lleno de espasmos.

    Donó su roja sangre

    al cuerpo adolescente,

    arrollado amasijo

    entre cristal y hierros;

    asfalto en la garganta.

    Donó su sangre-sangre,

    para que otro sea él

    sin saberlo. No hay nombres

    sólo el tubo arrastrando

    un reguero de vida.

Sin mirada

  • El sueño de lo que fue

                                                                 es lo que siempre será

                      Pedro Luis

     

     

    Ojos abiertos

    para ver la nada,

    párpados alzados

    que por sí solos

    ya no caen.

    Vista sin visión

    cincela la imagen

    última y eterna

    bajo el mármol

    donde queda

    escrito su nombre.

    Cada muerto

    tiene un vivo,

    cada uno que se fue

    tiene un nosotros

    que le recuerda.

Soy un paisaje de gaviotas

  • Paisaje de gaviotas,

    brisa de la mañana

    aún sin despertar,

    leve rayo de luz

    perceptible en el alba.

    El mar, ensimismado,

    es espejo durmiente

    ante rocas que esperan

    las olas rompedoras

    salpicadas de espuma:

    eso soy, panorama

    mirado, sin preguntas,

    de palmeras y pinos;

    enredaderas tiñen

    de verde nuestras vistas.

Rostro de nácar

  •                                                                                      (A Elena)

     

     

     

    Mascarón de proa,

    tajamar salado

    embestido contra

    arrecifes de cáncer.

    Ninguna despedida,

    ni siquiera hasta luego,

    siempre presente

    a mis pupilas.

    Rostro de nácar

    hecho caracolas

    en playas acotadas

    por bahías de arena.

                                                                      Porque no todos le ven

                                                                      la misma cara al dolor.