En el libro de poesía Del sudor de las sirenas (2015) el poeta nos canta que estamos hechos de amor y desamor, de palabras: sudor de las sirenas diluido en el mar con un toque salado y una pizca de piel ajena. Así, intangibles, se nos presentan historias aparentemente pertenecientes a un pasado homérico y que sin embargo son de hoy: amamos la nostalgia que nos dedica la persona amada en la ausencia, a sabiendas de que siempre estamos de retorno pues solos somos fragmentos de algo incompleto. Sueños, deseo de lo no presente: “El aire escupiré para tener su rostro”. Con la certeza de que el amor conlleva la herida (“me corté con el filo de unos ojos”), y el paso de los días cubre de neblina esmerilada el tiempo sin que no percatemos de que los días grises son en realidad sábanas níveas, blancura resplandeciente de las estrellas. Y con la consciencia de que no siempre la herida es de muerte sino que las hay también de vida.

Algunos poemas de «Del sudor de las sirenas»

Como América sobre África

  • Muerdo sus ingles de agua

    y mis labios,

                          perro sumiso,

    se arrastran

                          por  muslos de azogue.

    Guardo el sabor de su piel

                          en torácica caja

                                      por ella desvencijada.

    Busco los dedos fibrosos

    con uñas agudas

    como lenguas de odio

                                         en recriminadas noches.

    Mas son largos los años

                              en el hueco de su ombligo

               redondo

                              como el tiempo feliz.

    Miro su rostro

                                       pegado a mí

                en la luz abromada,

    brilla en su cuello

                                  el collar de mi deseo

    hasta la ausencia final

    de la frontera

                            sin rastro.

    En madrugada invernal

    me da la espalda

                                sin dármela;

    duerme lejos

                          en el otro extremo del cabezal

    y pienso en su vientre que tanto me ha dado,

    en su cabeza cubierta

                                        con cadena de seda.

    Poso mis rodillas

                                 sobre sus corvas

    como América

                             sobre África

    hace millones de años

    y su nuca se vuelve paisaje

                                                 con palmeras de besos

    y pirámides

                        elevando

                                        la línea de mi horizonte.

Odiseo

  • A la tierra prometida,

                                                   a la Ítaca

    vehementemente deseada

    en el viaje de vuelta,

                     ¡siempre de vuelta!

    ¡A la patria de sus brazos,

                                             a la bandera de sus ojos!

    Ardo por su ausencia de agua:

    su rostro posado en la mar

                                                se desliza entre las olas

    a través de la ventanilla del camarote.

    Cansado ya de imaginarla

    es el barco que navego,

    el reino apenas conquistado.

    Del camino emprendido

    meta, Eldorado de sueños,

    movimiento de silueta

    balanceándose en mis sienes.

    Eres tú,

                 amor,

                                           la tierra de Ítaca,

    mi Eldorado peregrino,

    mi tumba, mi refugio,

                           mi escollera de coral,

    tesoro de pirata,

    mi camino entre olas,

                          mi noche en el día

    cubierto de tus dedos.

Átame al palo mayor de mi deseo

  • Átame al palo mayor de mi deseo,

    al cuerpo adolescente de Penélope

    siempre joven en la memoria,

    a  Calipso tumbada en la playa

    con la insultante desnudez

    de un presente sin ocasos.

    Átame al soporte más fuerte

    de la débil embarcación

    para no regresar a por sus besos.

    Con fuertes golpes de remo

    avanzo a contracorriente

    de Neptuno y las sirenas.

    Escucho el canto insinuante,

    y bajo los rayos solares

    contemplo la costa escarpada

    recubierta de despojos

    vomitados por las olas,

    devorados por aves de rapiña.

    Atado, el verdor de la costa

    observo, y me ciega

    la luz poderosa del sur.

    Ni la más oscura tormenta

    puede borrar la claridad

    de mi visión.

                          Cierro los ojos

    y los días ya vividos

    se desvanecen en un cúmulo de sueños.