No cae el agua de la fuente con la misma fuerza
ni en su declive tiene el chorro igual intensidad,
falta la mirada de dos adolescentes y de un niño
la risa: con empapada camiseta de gigante hueco
el esqueleto tatuado se lanzaba en sus aguas
para recoger los reflejos metálicos de las estrellas;
su intromisión miraba indiferente el dios antiguo, e
intentan sujetar bridas y crines los custodios tritones.
La congoja llena de melancolía la mañana otoñal
y el sol no llega a deslumbrar a aquella noche estiva
con su eco de voces, puestos de banderas y guiños
rebotados por los recodos de pétreas concavidades
acallados por relinchos de caballo y toque de caracola;
juncos de piedra brotan del agua en su verdor interno
y trepan y crecen por el palacio en busca de las ventanas
cerradas al gentío embriagado por la belleza de lo onírico.
Cae todo ello por el pasillo central hasta mis sentidos,
cascada de arte, agua virgen y porosa piedra blanca,
benedictina y salva fuente sobre los corazones jóvenes,
sobre nuestras retinas cansadas, abiertas sin embargo
al cuenco donde queda impreso este sueño de marinos
caballos alados, de emperadores y hornacinas paganas
miradas de soslayo por el viejo y menudo presidente
de fuerte carácter pudoroso grita gol al Universo.
A Andrea, Pedro Luis y Esther.
(Fontana de Trevi, 28 de octubre 2002)